
Sometidos a un ritmo vertiginoso de publicaciones y lecturas profesionales, es habitual que confundan la línea de trabajo y la del placer
En el documental que emitió La2 sobre Jorge Herralde, editor de Anagrama, Juan Villoro decía de él que «desayunaba editorial, comía editorial y cenaba editorial». ¿En qué momento desconecta un editor? El propio Herralde reconoce en ese mismo reportaje que cuando un autor abandona la editorial deja de leerlo. No por despecho, sino porque no puede dedicar tanto tiempo a autores de otro sello.
No en clave memorialística pero sí como repaso a lo que se ha leído y ha dejado poso, el también editor Javier Castro Flórez mandaba a la imprenta de Newcastle Ediciones su ‘Lo que lee un editor’. Una recopilación de las entradas que semanalmente enviaba a ‘La Opinión de Murcia’ y que, por su valor literario y prescriptor, merecían una segunda vida. Castro Flórez, que también ha sido galerista y ensayista de arte, se dedica a la industria editorial con una implicación relativa, lo que le permite no perder del todo su condición de lector-lector, algo a lo que no está dispuesto a renunciar. Tanto es así que no abandona sus fetichismos librescos, como atesorar hasta 156 títulos de Azorín o 77 de Andrés Trapiello, que guarda en su biblioteca «como un tesoro».
Pero, ¿es posible leer como un lector en cuanto uno se mete a editor? «Leyendo soy muy primitivo, como los antiguos casetes que si pulsabas el play más o menos funcionaban, pero dar al botón de ir más rápido o hacia atrás enredaba la cinta y jodía todo. Siempre leo como un simple lector», comenta Castro Flórez. Nacido en Plasencia en 1966, vive en Murcia desde hace años, donde se le reconoce por ser uno de los pocos paseantes que transita con un libro en las manos. «A veces, los que se cruzan conmigo me regañan porque dicen que no hay que dejar todo para última hora, que hay que estudiar antes. Se imaginan que voy camino de un examen porque no conciben que uno vaya embelesado con un libro por placer, por decisión propia», señala el editor de autores como José Luis García Martín o Hilario J. Rodríguez.
Tiempos de lectura
Si bien el autor de ‘Qué lee un editor’ se reconoce lector antes que nada, Alberto Marcos, editor en Penguin Random House y también escritor, considera que «es sano separar el tiempo de lectura por entretenimiento y el de lectura por trabajo». En su caso, prefiere leer manuscritos en horario laboral y entregarse a una lectura sin parámetros, únicamente «por placer», en su tiempo de ocio. «Es la mejor manera de no perder perspectiva analítica durante la lectura profesional y, a la vez, de relajarme cuando leo por gusto».
Su circunstancia, en tanto que también escritor, es más complicada si cabe, como él mismo reconoce. «Me cuesta mucho más separar al lector-lector del lector-autor porque creo que, como escritores, estamos asimilando -la mayoría de las veces sin darnos cuenta- lo que leemos y eso influye de una manera o de otra en lo que escribimos», comenta Marcos, que en marzo presentó ‘Hombres de verdad’, su segundo libro de relatos, editado por Páginas de Espuma. Lectura en el trabajo, fuera de él, escritura, reescritura, correcciones… ¿Cómo relajar la mente tras tanta actividad del hemisferio izquierdo? Marcos no se complica: «Comer, beber, ver películas o series en la tele y, sobre todo, dormir».
Para Sol Salama, responsable editorial de libros como ‘Las madres no’ (Katixa Agirre) o ‘Quiltras’ (Arelis Uribe), el asunto no es tan sencillo. Confiesa que desde que se ha convertido en la editora de Tránsito ya no lee con la despreocupación y los placenteros rituales de antes. «Echo de menos leer sin prisa. Añoro leer como ‘no editora’, sin pensar en lo que ha habido y hay detrás, en cuánto ‘editing’ o cuán poco se habrá hecho al texto, sin marcar correcciones a un lado, sin empezar a indagar en otros libros a los que me lleva el que estoy leyendo». Para despejar la mente, Sol Salama recurre a placeres tan sencillos como el sexo, el mar, ver una serie tipo ‘thriller’ o simplemente bajar a la calle a dar un paseo.
Abordar el manuscrito
El editor, en el ejercicio de su oficio, lee libros inéditos. Textos que aún no cuentan con el adorno del paratexto (prólogos, textos de cubierta, epílogos) ni con la garantía que aporta el hecho de que alguien con criterio haya decidido que ese texto es bueno (y, por tanto, merece ser publicado). Ramiro Domínguez es responsable del sello Sílex, una editorial que ha superado el medio siglo de vida especializada en historia, arte y música, aunque abierta a textos más personales, como el próximo ‘Todo es verdad’, de Recaredo Veredas, integrado por distintos relatos reales de superación personal. Lo que más teme este editor madrileño al enfrentarse a un nuevo manuscrito es que en las páginas centrales surjan «territorios vacíos» y se resienta la intensidad narradora. «Un exceso de información sin narración puede tumbar el texto, su vitalidad», apunta Domínguez, que reconoce que suele acercarse a estos textos de lado, con entusiasmo moderado, para dejarse sorprender conforme se despliega la obra.
El editor también debe tener olfato para intuir perlas en lo que al principio puede resultar un páramo. «Cuando llevo veinte páginas y no hay nada, paro. También cuando en las dos primeras páginas solo hay exceso de retórica», señala un Ramiro Domínguez que para relajarse se conecta a Bach o a los Beatles. Para Sol Salama, es un proceso en general «difícil», sobre todo por la soledad con que se encara, sin un equipo al que poder comentar las dudas. Aunque también hay corazonadas previas que se confirman en la lectura. En cualquier caso, concluye Salama, a todos estos textos se acerca «con ilusión y respeto». O Castro Flórez, que entiende la edición con humildad pero parecida devoción literaria: «Cuando publico un texto siempre es desde el entusiasmo, desde el convencimiento de que al planeta le faltaba ese libro que yo voy a sacar para estar completo y ser un lugar perfecto».
¿Qué es un editor? El caso Jaime Salinas
Tusquets acaba de publicar la correspondencia que mantuvo durante años el hijo del poeta Pedro Salinas con el escritor islandés Gudbergur Bergsson en un voluminoso tomo titulado ‘Cuando editar era una fiesta’.
Salinas se había propuesto hacer una «revolución» del libro como objeto físico, dotarlo de una encuadernación atractiva, con una tipografía «limpia y agradable y unas cubiertas decentes». Abogaría también por las notas al pie «imprescindibles», en contraste con lo que hacían otras editoriales como Espasa. Pero, ¿qué es un editor? «Un intermediario entre el escritor y el lector», diría Jaime Salinas.
Fonte: EL CORREO